Esta es la cuarta campaña consecutiva en la que aparece en el centro del país. Impacta sobre el rendimiento y su incidencia viene en aumento. La elección de la genética es la primera decisión de manejo para controlarla y bajar su inóculo.
La reemergencia del carbón de la panoja en el área de mayor potencial de producción de maíz de Argentina está generando un intenso intercambio de conceptos agronómicos, de manejo y fitopatológicos.
De acuerdo con los datos históricos, este hongo estuvo ausente de los lotes maiceros por unas 80 campañas. Reapareció en el ciclo 2020/21 cuando sus últimas presiones patológicas databan de 1935/40.
Fernando Guerra es gerente de Desarrollo de Producto de KWS y especializado en fitopatología vegetal. Entendido en el tema, para él, la dimensión del problema es para “preocuparse”. Guerra, que diferencia de la importancia de “ocuparse”, presentó esta problemática en diferentes congresos, jornadas, charlas y también en los DAR KWS (Demostrativo Agronómico Regional).
“La aparición de la enfermedad para nosotros fue un gran problema porque estaba en una zona ‘no sanitaria’ -zona sanitaria entendido como norte de Córdoba, NEA y NOA-, en la cual una planta deja de producir materia prima y se convierte en ‘una semillera del hongo’. Es impactante y nos instó a buscar lotes positivos a la enfermedad, siembras que fueran predisponentes y sumar información para definir riesgos”, reconoce trabajando en la detección de la enfermedad en un lote de maíz en Corral de Bustos (Córdoba), donde este año reapareció el carbón.
En ese lote, Guerra no estaba solo. Lo acompañaba Roberto De Rossi, fitopatólogo de la Universidad Católica de Córdoba. Ambos revisaron las condiciones generales de ese planteo.
“El problema lo abordamos junto con nuestros referentes, nos alineamos con ellos, con los productores, con los expertos, INTA y universidades, que pueden hablar sobre este tema. Empezamos a acomodar todo nuestro programa genético y probar nuestras líneas de investigación para que los futuros híbridos aporten una mejor solución”, explica.
Al respecto, sostiene que la selección genotípica para la enfermedad dentro del programa de mejoramiento es muy alta y estricta. “Para nosotros, los genotipos que presentan carbón se retiran del programa de mejoramiento. Afortunadamente, nuestra genética tiene una muy baja susceptibilidad o es nula, directamente”, aclara.
Desde el momento de la primera detección en 2020/21, hay algunas certezas sobre esta enfermedad. La patología es de ambientes templados, no es típica de observar en siembras tardías y se caracteriza por la necesidad de suelos secos. Por ello, quedó muy vinculada al ambiente Niña de los últimos tres ciclos. Esta campaña, a pesar de la condición más húmeda, se registró un inicio deficitario de agua en los suelos, que pudo ser disparador de las infecciones.
Palabra entendida
De Rossi, agregando información a lo dicho por Guerra, advierte: “Los primeros focos los pudimos ver en una zona bastante cerrada de producción. Desde allí comenzamos a hacer los primeros trabajos en un radio de 80 a 100 kilómetros del foco cero. Ahora, la enfermedad está presente en cinco provincias”.
Respecto a la biología, el experto explica que el carbón de la panoja es una enfermedad considerada de suelo, que tiene una estructura de resistencia que puede subsistir latente por 5 a 7 años.
“Cuando se implanta el cultivo principalmente en maíces de fecha temprana, que tardan más tiempo en emerger, se produce la infección durante un período muy corto. Este patógeno crece con la planta y se posiciona en su meristema apical y va generando una evolución vegetativa y reproductiva diferente en el cultivo”, subraya.
Según De Rossi, los niveles de incidencia vistos hasta el momento, en promedio, son del 1% al 5%, pero “hemos visto excepciones con incidencias del 10% a 30%, que preocupan mucho ya que ello tiene una implicancia directa en el rendimiento”.
Sobre el manejo de esta enfermedad, el especialista sostiene que la mejor solución concluyente, hasta ahora, es el manejo integrado de enfermedades. “Lo primero es elegir genética que haya sido probada con alta presión de la enfermedad y no hacer monocultivo de maíz. Pensar en el tratamiento de semilla, aunque no hay tratamientos registrados que la puedan controlar. Al momento de la cosecha, detectar los focos dentro del lote, con el diagnóstico correcto. Entonces, tomar la decisión de que el lote afectado sea el último en cosecharse, evitando la diseminación de las estructuras de resistencia que permanecen mucho tiempo en el suelo”, destaca De Rossi.