Las técnicas modernas de producción garantizan que se evite la erosión eólica, hídrica y otros problemas que suelen asociarse erróneamente a esta leguminosa.
En Argentina, se cultivan cada año aproximadamente 400 mil hectáreas de maní, en un proceso en el que anualmente se van añadiendo nuevas zonas productivas al incorporar las BPA y establecer un esquema de rotación cada 4 años, como por ejemplo el norte de la provincia de Buenos Aires.
La expansión de la frontera productiva es un factor clave para sostener y apuntalar el proceso de crecimiento de una cadena que en 2020 exportó por 1.000 millones de dólares y se transformó en la economía regional que más divisas trae al país.
En ese sentido, un aspecto fundamental es que la industria del sector, nucleada en la Cámara Argentina del Maní (CAM), viene realizando un trabajo en profundidad para reducir al mínimo los riesgos productivos y ambientales que en muchas ocasiones se suelen asociar a este cultivo, y que en realidad están vinculados a la ejecución de prácticas agronómicas inadecuadas de cualquier cultivo.
En primer lugar, vale recordar que, botánicamente, el maní es una leguminosa, lo que significa que mejora la carga de nutrientes de los suelos por su capacidad de fijar el nitrógeno del aire.
El cultivo de maní es sustentable siempre que –como ocurre con cualquier otro cultivo– se realice bajo buenas prácticas agrícolas. Además, las técnicas y tecnologías utilizadas han evolucionado a lo largo de los años y nada tienen que ver con las que se utilizaban en el pasado.
Como primera medida, el maní hoy en día se implanta con laboreo mínimo o siembra directa en el caso de que el cultivo antecesor lo permita; es decir, no genera una alteración de la estructura del suelo diferente a la que provocan otros cultivos.
De todos modos, el factor a remarcar es que la sustentabilidad del maní depende de la sustentabilidad que tenga la rotación: es un cultivo que se integra dentro de un plan de largo plazo, pensando en coberturas permanentes para evitar las voladuras de los suelos.
El arrancado es una práctica inherente al maní: no existe otra forma de cosecharlo. Por eso, el sembrado inmediato de un cultivo de cobertura posterior a este momento es esencial. Las gramíneas de invierno, como el centeno, son una buena opción por el entretejido verde que generan y disminuyen los riesgos de erosión eólica.
Al respecto, junto a la Fundación Maní Argentino y al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), se realizan de manera permanente investigaciones para aportar más opciones que permitan ajustar las prácticas y seguir mejorando la producción del maní, con el foco en que tenga el menor impacto ambiental posible.
Los estudios realizados a lo largo de los años demuestran que, incluyendo al maní en la rotación en períodos que van entre cuatro y cinco años, no solo no se afectan los cultivos posteriores ni el estado de los suelos, sino que el productor obtiene importantes recursos económicos. En otras palabras, el maní cultivado bajo buenas prácticas agrícolas, y dentro de una rotación integral, suma al sistema tanto biológico, como agronómico y económico.