Surgida en el sur del Gran Buenos Aires, su historia no se ajusta únicamente a su gestación en 1883, sino que representa un pilar para la formación e investigación de la enseñanza agraria y veterinaria.
El 6 de agosto de 1883, emergió la primera institución educativa abocada a las Ciencias Agrarias. Ese día en Llavallol, concretamente en Santa Catalina, dentro del partido de Lomas de Zamora, se gestó la primera Escuela de Agronomía, Veterinaria y Haras de la provincia de Buenos Aires, distinguida además como precursora de estas disciplinas en toda Latinoamérica.
A partir de 1860 el Gobierno de la provincia de Buenos Aires entiende la necesidad de implementar un plan en temas agropecuarios por lo que, en 1868, decide comprarle Santa Catalina al estanciero irlandés Patricio Bookey que tenía la mayoría de los terrenos de una colonia escocesa para dedicarlos a la producción ovina. De este modo, un bien privado pasa a formar parte del Estado.
¿Cuál era el proyecto?
Primero establecer un Instituto de enseñanza agronómica y veterinaria, bosquejo generado por Eduardo Olivera hacendado y político que llegaría a presidir la Sociedad Rural. De hecho, intervino la provincia y defendió diferentes propuestas agrarias.
Sin embargo, tal establecimiento quedaría suspendido hasta 1883 a raíz de la irrupción de la fiebre amarilla. Por entonces las construcciones de ese espacio iban a ser utilizadas como asilo para los enfermos de la Capital. Hasta que en 1881 la provincia retoma la tarea, motivada por un período fructífero, sustentado en la producción, el ingreso de divisas y un amplio desarrollo en la Ciudad de La Plata.
Sus antecedentes se remontan a algunas décadas atrás, más precisamente a 1825, cuando en la zona se instala una colonia escocesa, liderada por los hermanos Robertson, quienes entonces firmaron un convenio con un exponente de la historia nacional, Bernardino Rivadavia. Quien fuera presidente un año más tarde, trabajó casi con obstinación en la convocatoria de extranjeros, a fin de aportar a la región sus conocimientos acerca de la actividad agropecuaria.
Si bien las tierras asignadas y esperadas por los Robertson no fueron exactamente las de Santa Catalinas, ellos junto con otros grupos de granjeros terminaron comprando tres estancias, la nombrada, Monte Grande y la de la Laguna.
La museóloga Adriana Fiedczuk que oficia de guía en la Reserva Natural y responsable del Museo Magna Santa Catalina, distingue la importancia del lugar desde sus inicios. “En todo este espacio comenzarán a desarrollarse diferentes actividades incipientes, entre ellas la producción de la primera manteca en pan. Los Robertson van a implementar el primer artefacto para producir una manteca de calidad, sabor y condiciones higiénicas óptimas, realzadas en los registros de quienes hicieron las primeras reseñas”.
Además, serán responsables de la plantación del bosque de Santa Catalina, pulmón verde y obra de John Tweedy, horticultor y jardinero y uno de los colonos propulsor del tendido de las redes de objetos biológicos vegetales. Ahí convivirán las especies de la zona con otras europeas. Luego el predio seguiría con distintos roles y funciones asociados y ligados a la actividad agropecuaria, que incluiría una escuela de Jardinería y otra de Agricultura.
La colonia se disuelve en 1830, se reparten los terrenos, con un propósito esencialmente pastoril. Bookey compra buena parte de ellos y se dedica a la producción ovina: lanares, hasta la venta de ellos al Gobierno provincial.
La gauchada de José Hernández
Fue el creador del Martín Fierro quien tuvo notoria incidencia como legislador de la provincia. En 1879, el senador sugirió elevar el establecimiento al nivel de escuela superior de Agronomía, denominada “Escuela Científica de Ganadería”, distinguiendo a los recibidos como “Directores científicos de Estancia”. Un par de años más tarde, autorizado por el gobernador Dardo Rocha se crea el “Instituto Agronómico-Veterinario” que otorgaría títulos de ingeniero agrónomo y médico veterinario.
Precisamente el 6 de agosto de 1883 comenzaba el dictado de clases. Ni casco de una estancia antigua, ni una construcción sofisticada, el que sería destacado por décadas como rectorado de la Universidad de Lomas de Zamora se erigió como un espacio singular y desafiante para los amantes del mundo del agro.
Diseñado por el arquitecto Juan Martín Burgos, el establecimiento fue pensado como una institución educativa, que tuviera en cuenta las posibilidades de que alumnos y docentes se instalaran de modo permanente en el centro de estudios.
El instituto contaba con una cabaña, algunos animales especialmente desde Europa, el primer conservatorio de vacuna animal y un cuerpo docente liderado en buena parte, por profesores belgas.
A raíz del crecimiento de la Ciudad de La Plata, en 1889 se consideró su traslado, elevándolo a la categoría de “Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Provincia de Buenos Aires”. Sin embargo, como la institución formativa no contaba con suficientes recursos para cubrir las necesidades educativas en materia agrícola, se crearon escuelas prácticas tanto de agricultura como de ganadería. Posteriormente el Poder Ejecutivo determinó la apertura de la “Escuela Práctica de Agricultura y Ganadería” en Santa Catalina. Las propuestas se centraron en tres cursos: uno para horticultores, con tres años de duración y los otros dos para jardineros y labradores, con cinco en total.
A estas se agregarían otras asignaturas como cultivos frutales y paisajismo.
Aun así, la crisis provincial a comienzos del siglo XX afecta su continuidad, dejándola casi al borde de la quiebra y de un posible remate. Pero Buenos Aires lograr un acuerdo interestatal con Nación que, en 1902, termina haciéndose cargo no sólo de la sede de Santa Catalina, sino de otros inmuebles de La Plata como el propio Museo y el Banco Hipotecario.
Sumando investigación
Con Joaquín V González en 1906 como primer rector nacional de la Universidad de La Plata, se incentiva el estudio de las Ciencias Naturales y Exactas, realzando, lógicamente, la actividad pedagógica propulsada desde el distinguido centro de estudios agrarios.
En 1928 se crea el Instituto Fitotécnico, momento bisagra para la entidad al ampliar el conocimiento académico a la labor investigativa. Si bien los alumnos continúan nutriéndose de la experiencia de sus docentes, ya no se proyectan únicamente en el espíritu educativo, si no que consideran la práctica como una herramienta necesaria e indispensable para la formación. Prueba de ellos es el interés que suscita fuera del establecimiento. El Instituto Fitotécnico tendría notable incidencia en la mejora de cereales, en sincronía con el evidente crecimiento en el país de la producción cerealera.
Alberto De Magistris, profesor de la Facultad de Ciencias Agrarias, ingeniero agrónomo y doctor en Ciencias Biológicas, realza la importancia del Fitotécnico desde entonces. “El país empieza a aumentar su producción cerealera. Ramón Loyarte fue quien lo creó, pero luego fueron incorporándose investigadores de renombre, genetistas. Incluso el distinguido botánico ruso, Nicolái Vaviloc, que estudió los centros de origen de la genética de muchas plantas alimenticias, también visitó Santa Catalina”, celebra el especialista.
Dicho espacio adquiere renombre mundial y se aprovechan las instalaciones de estos edificios, donde no sólo comienzan a guardarse los cereales en bolsas, si no que se avanza en investigaciones dentro de las ciencias veterinarias, a partir de la creación de la elaboración de vacunas y medicamentos que inicialmente se utilizaban en animales domésticos, para luego ampliarlas y experimentar dentro del agro.
Así transcurren los años de apogeo del Fitotécnico, ícono representativo y gran antecedente de este espacio académico nutrido por la práctica, el estudio y la investigación.
Será entonces en 1972 cuando se constituya la primera Universidad de Lomas de Zamora, con la Facultad de Ciencias Agrarias como pilar regional y emblema de un espacio único y esencial.