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“Lo más sustentable es poner en valor a los productores, variedades y lugares olvidados”

La enóloga Victoria Brond analizó el cambio de paradigma de la vitivinicultura: certificaciones, mercados que exigen sustentabilidad y rescate de variedades e identidades locales.

Victoria Brond visitó Salta para participar de la jornada “Desafíos y oportunidades para la producción orgánica vitivinícola”, realizada en el marco de la Agenda Vitivinícola Federal 2025–2026 que impulsan el CFI y los gobiernos provinciales.

Licenciada en Enología e Industrias frutihortícolas, Brond tiene 26 años de trayectoria en la industria, con responsabilidades enológicas en distintas bodegas y desarrollos de diversa escala y especialidad. Con formación en agricultura biodinámica y seis años de trabajo en proyectos orgánicos, biodinámicos y sustentables, es además oradora habitual en seminarios y capacitaciones a nivel provincial, regional e internacional, tanto del ámbito privado como público y educativo.

Victoria fue distinguida como “Enólogo revelación del año Argentina” por la Guía Descorchados 2023 y recientemente nominada por Winexplorer 2025 como mejor enóloga, hacedora y viticultora.

En una entrevista en el programa Claves del Campo (Radio Salta), Brond compartió su mirada sobre el cambio de paradigma que atraviesa la vitivinicultura.

¿En qué consiste la agricultura biodinámica y cómo se aplica a la vitivinicultura?

La agricultura biodinámica es una certificación internacional, al igual que la orgánica, pero con mayores exigencias. Está regulada por Demeter, una fundación con sede en Alemania que certifica a través de terceros. Para poder acceder a ella es requisito contar previamente con la certificación orgánica.

Se trata de un modelo productivo basado en la antroposofía, una corriente filosófica creada por Rudolf Steiner hace más de 100 años. Su enfoque propone producir sin insumos de síntesis química, priorizando la fertilidad del suelo, la biodiversidad y la regeneración. La biodinámica se apoya en cuatro pilares principales: la producción de compost con desechos de la finca, los preparados biodinámicos, el uso del calendario biodinámico y las coberturas vegetales.

En definitiva, busca elaborar alimentos -en este caso uvas y vinos, pero también otros productos- por vías no convencionales, con características diferenciadas y libres de químicos.

¿Podría decirse entonces que es un paso más allá de la producción orgánica?

Exacto. La producción orgánica también prohíbe los insumos de síntesis química y promueve la biodiversidad, pero permite el uso de ciertos productos autorizados. La biodinámica, en cambio, no propone ningún agregado externo, porque el objetivo es producir sin ningún insumo adicional.

No se trata solo de una técnica, sino de un cambio filosófico y de paradigma. Plantea repensar la agricultura desde otro punto de vista: no solo evitar sustancias químicas, sino preguntarnos de qué otra manera podemos producir. El foco está puesto en la sustentabilidad y en el uso eficiente de los recursos naturales.

¿Y cómo impacta esto en la vitivinicultura?

El impacto es muy claro en los mercados internacionales. Los principales consumidores de vino, como los países nórdicos, Estados Unidos y Canadá, buscan alimentos sin químicos y con certificaciones que respalden procesos sustentables. La conciencia alimentaria ha crecido mucho, lo que abre grandes posibilidades de exportación para este tipo de vinos.

En Argentina, alrededor del 30 % de los vinos se exportan, y gran parte de esos destinos exigen certificaciones: orgánica, biodinámica, vegana, regenerativa o de sustentabilidad, entre otras.

A nivel global, cerca del 10 % de la viticultura ya es orgánica, y es un segmento en constante crecimiento desde hace dos décadas. Los principales países productores han duplicado su superficie orgánica en los últimos años. En Argentina, ese porcentaje ronda el 4,5 % de las hectáreas cultivadas. Es un avance, pero aún falta mucho camino para alcanzar el promedio internacional.

¿Es más difícil producir una uva o un vino orgánico o biodinámico?

No diría que es más difícil, pero sí exige mucho más foco y un proceso de aprendizaje distinto. Como los caminos convencionales están prohibidos, cada paso debe repensarse, tanto en la producción como en la industrialización del producto.

Ese es, justamente, el mayor valor de la agricultura orgánica y biodinámica: nos obliga a repensar cómo producir en el futuro y qué planeta vamos a dejar.

Hoy esa reflexión es ineludible, porque los rendimientos no acompañan y la cantidad de alimentos que producimos es insuficiente frente a las condiciones que impone la crisis ambiental.

Aquí aparece un desafío: la agricultura convencional resulta más productiva en volumen que la orgánica, que es más sustentable y cuida los sistemas agrícolas; pero está la necesidad de alimentar a una población creciente. ¿Existe un punto intermedio que permita equilibrar estas dos visiones?

En el caso del vino, que es el que más estudio, el mundo produce tres veces más de lo que consume en un año. Es decir, hay más del doble de stock global disponible. Entonces, la primera pregunta es: ¿para qué producir tanto si después no hay quién lo consuma? Esa es la primera señal de que necesitamos un cambio de paradigma.

La segunda, es identificar qué productos están en crecimiento, cuáles son los nichos que interesan a las nuevas generaciones.

Y la tercera pasa por la sustentabilidad económica: entender la cadena de valor, el valor agregado real y la cantidad de intermediarios que separan al productor del consumidor.

El mundo alimentario está atravesando este cambio de paradigma, porque producimos mucho, pero el hambre en el mundo sigue siendo el mismo. Al mismo tiempo, los cultivos rinden menos, los indicadores climáticos son alarmantes y la rentabilidad no mejora. El desafío es enorme.

Como enóloga pasó por muchas bodegas, ¿cómo percibe el nivel de conciencia de las empresas frente a este tema?

En viticultura todavía son pocas las bodegas orgánicas y muchas menos las biodinámicas. En Argentina apenas el 4,5 % de la uva es orgánica, un porcentaje realmente bajo.

Al mismo tiempo, los principales países consumidores de vino exigen certificaciones de este tipo. Por eso, entidades como el Observatorio Vitivinícola Argentino (OVA), la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar) o el Consejo Federal de Inversiones (CFI), junto a gobiernos e instituciones, muestran interés en impulsar la producción orgánica, porque necesitamos alinearnos con esos requerimientos internacionales si queremos mantener nuestras exportaciones.

No sé si se trata de conciencia plena o de seguir una tendencia, pero tanto el sector público como el privado están prestando atención.

Además, el consumo de vino atraviesa uno de los peores momentos de los últimos 50 años, lo que nos obliga a repensar no solo cómo producimos, sino también qué tipo de vinos ofrecemos y por qué la gente está tomando menos. Ese es otro cambio de paradigma fuerte que tenemos por delante.

Dentro de su visión de la viticultura, creó lo que se llama Guardianes de la Naturaleza. ¿De qué se trata?

Guardianes de la Naturaleza es un proyecto propio en el que trabajamos, con uva y vino, enfocados en rescatar variedades ancestrales. Desde nuestro lugar, entendemos que lo más sustentable es poner en valor a los productores, las variedades y los lugares olvidados. Por eso trabajamos principalmente con Chenin, variedades Criollas, Bonarda y Sangiovese.

Nuestra intención es revalorizar lo que la gente consumía cuando el vino era parte cotidiana de la mesa familiar y se tomaban 30 o 40 litros por persona al año. Hoy ofrecemos vinos de esas variedades antiguas, interpretados de manera más moderna.

¿Y cómo se lleva eso a la práctica?

Las fincas están en distintos departamentos de Mendoza: en Jocolí (Lavalle), en Rivadavia, en Perdriel y en el Valle de Uco, en Vista Flores. Allí trabajamos con cultivos orgánicos y, en algunos casos, hemos incorporado prácticas biodinámicas.

Toda la producción se concentra en Las Compuertas, donde elaboramos los vinos. Desde allí desarrollamos un modelo de venta directa, sin intermediarios. Lo hacemos a través de nuestra web (www.guardianes.ar), de las redes sociales de Guardianes o de Victoria Bron, con envíos a todo el país. Esa forma de comercialización también es un cambio para el productor.

¿Se puede mantener la productividad de las variedades ancestrales?

Sí, porque son variedades muy adaptadas. Llegaron con los colonizadores hace más de 500 años y, con el tiempo, se cruzaron localmente, lo que le dio una enorme adaptación al territorio.

Por eso es fundamental revalorizarlas. El avance de las modas y de las tendencias internacionales nos hizo dejar de lado lo que éramos en esencia, siguiendo al Chardonnay, al Sauvignon Blanc o al Malbec. Son variedades nobles, pero en el camino olvidamos cultivos muy valiosos.

El Chenin es un ejemplo, ya que en su momento, fue la segunda variedad blanca más cultivada de la Argentina, y hoy la mitad de esas hectáreas ya no existen. Eso significa pérdida de identidad, menor diversidad frente al cambio climático y un impacto muy fuerte para las familias que vivían de esa producción.

¿El Torrontés entra dentro de este rescate?

Claro que sí. El Torrontés es una variedad criolla y forma parte de nuestra identidad. Está en la memoria del pueblo y debemos defenderlo como lo que somos. Argentina es el séptimo productor mundial de uvas y el undécimo consumidor de vino. Eso demuestra que el mercado interno es una gran oportunidad para los viticultores. Revalorizar las variedades que nos representan es un trabajo estratégico.

¿Qué impresión le dejó lo que pudo ver de la vitivinicultura salteña y del Valle Calchaquí?

Lo que percibo es que, tanto en Salta como en Jujuy, todavía hay una pureza muy grande. No están tan contaminados por las modas o las tendencias de afuera y defienden fuertemente lo que son en esencia.

Cuando uno llega a Salta lo nota enseguida: en las empanadas, en las peñas, en la manera de vivir. Esa identidad está muy viva y se transmite también a la viticultura. En algunos lugares del país eso se fue perdiendo.

Además, encontré algo muy valioso que es la calidad de la gente. Acá se toman el tiempo de hablar, de escuchar y de conectar de manera genuina. Eso es lo que buscan hoy quienes llegan desde afuera: autenticidad. Y en Salta todavía se mantiene, tanto en la viticultura como en la hospitalidad.

Por: Belisario Saravia Olmos, El Tribuno Campo, editor

Fuente: El Tribuno Campo