Un estudio detallado por el INTA comparte datos y consejos sobre cómo aumentar la cantidad de carbono orgánico en el suelo, destacando su impacto en la absorción de agua, la resistencia a la erosión y la productividad.
Considerado un componente fundamental de la materia orgánica del suelo, el carbono orgánico es el principal indicador de la calidad del suelo y su potencial productivo. Es decir, interviene directamente en la capacidad que tienen los suelos de brindar diversos servicios ecosistémicos esenciales para producir alimentos, fibra, combustible, y materias primas, así como para mantener los sistemas climáticos y terrestres.
Para Julieta Rojas -especialista en suelos del Área de Recursos Naturales del INTA Sáenz Peña, Chaco-, “es fundamental conocer la cantidad de carbono orgánico del suelo (COS) para la planificación agropecuaria y el cuidado ambiental de este importe recurso natural”.
Es que, según detalló, “el suelo es el reservorio más grande de carbono en la superficie continental, de hecho, contiene más que la atmósfera y la biosfera juntos”. Y dio un paso más y subrayó: “El carbono es el combustible para todos los procesos microbianos y fisiológicos de vegetales y de microorganismos del suelo”.
Rojas, una de las autoras del libro de Ediciones INTA “Mapa de Almacenamiento de Carbono en los suelos de la República Argentina”, no dudó en asegurar que, “cuanto más carbono orgánico tengamos en el suelo, mejor calidad tendrá y, probablemente, absorba más agua, sufra menos la erosión y pueda ser más productivo, más diverso y pueda sostener mejor los procesos ecológicos”.
Puntualmente para Chaco, el estudio reveló que tiene, en promedio, 55 toneladas por hectárea de carbono orgánico en el suelo. Este valor se toma hasta los 30 centímetros de profundidad. “Analizamos diversos sistemas productivos en distintas situaciones naturales y observamos que, hasta los 30 centímetros de profundidad, podemos tener entre 20 a 100 toneladas de carbono por hectárea, esto depende mucho del manejo; por eso es importante manejar cuidadosamente el suelo”, detalló la especialista.
Y agregó: “Este valor promedio nos da una guía, un norte para poder apuntar a mejorar el carbono”, al tiempo que reconoció que “depende mucho, también, del material original del suelo, ya que los que son arenosos, por su propia genética, no van a poder captar tanto carbono como los de textura más fina: francos, limosos o arcillosos”.
Para Rojas, estos datos son un “insumo muy importante para la toma de decisiones respecto al desarrollo productivo sustentable”. Es que, según explicó, “las producciones siempre deberían estar orientadas a que estos valores aumenten o se mantengan y tratar de capturar, a través de la biomasa vegetal, dióxido de carbono de la atmósfera, por medio de la fotosíntesis. Para, luego, manejar los suelos y los sistemas productivos de forma que ese carbono en los suelos no se pierda, sino que aumente o se conserve”.
A su vez, la investigadora del INTA Sáenz Peña dio un paso más y se refirió al cambio climático y la acción humana: “Hay un marcado aumento de dióxido de carbono en la atmósfera, por lo que captarlo mediante las plantas y acumularlo en el suelo es una gran forma de mitigar el cambio climático”.