Investigadoras de la FAUBA lograron identificar plantas infectadas con cancro bacteriano una semana antes de que se revelaran sus daños.
Cuando la hoja del tomate se marchita ya puede ser tarde. La planta está enferma y es probable que sus vecinas también lo estén. Una vez que los síntomas del cancro bacteriano se hacen visibles, habrá contagio en el lote. En este marco, investigadoras de la Facultad de Agronomía de la UBA (Fauba) lograron detectar esta grave enfermedad una semana antes de que sus daños aparecieran en las plantas. En su estudio usaron herramientas ópticas que, además, también podrían identificar de forma anticipada otras enfermedades en diferentes cultivos, incluso desde satélites.
“El cancro bacteriano es una de las enfermedades que más daña al cultivo de tomate en la Argentina y produce grandes pérdidas económicas. La bacteria que la causa llega a los lotes en las semillas y se desarrolla dentro de la planta, desintegrando los conductos por los que circula el agua. Aun cuando se las riegue, las plantas igual se marchitan y mueren. Hoy en día no existen cultivares resistentes a este microorganismo patógeno”, explicó Gabriela Cordon, docente del Área de Educación Agropecuaria de la Fauba e investigadora del Conicet con sede en el instituto Ifeva (UBA-Conicet).
Y agregó: “Una vez que se ven los síntomas ya es muy tarde porque la enfermedad es muy contagiosa y se mueve de una planta a otra con las podas, los trasplantes y las labores agrícolas. Cuando se ve una planta enferma, lo que se aconseja es quitarla y quemarla, ya que la bacteria puede vivir en los restos vegetales. En nuestro trabajo buscamos detectar la enfermedad antes de que sus síntomas sean visibles y así evitar los contagios”.
“Pudimos saber que la planta estaba enferma una semana antes de que los síntomas de la enfermedad se revelaran”, señaló Cordon. “Hicimos ensayos en macetas y en tierra dentro del invernáculo. Usamos los tres cultivares de tomate más comunes en el cinturón hortícola de La Plata, una de las principales zonas productoras. Infectamos plantas con la bacteria y luego medimos ciertas propiedades ópticas de las hojas hasta que aparecieron los síntomas. Para eso, usamos sensores que miden de qué manera la energía electromagnética del sol interactúa con la planta”.
Detectives de lo invisible
Gabriela Cordon dijo que en el trabajo que publicó en la revista científica Information Processing in Agriculture registró la reflectancia de las hojas del tomate; es decir, cuánta energía electromagnética reflejaban respecto de la que les llegaba. “Con esta información se pueden detectar cambios que con los ojos es imposible”. La energía electromagnética está compuesta por ondas de distintas longitudes que, según sus ‘tamaños’, se agrupan en ‘zonas’. Al llegar desde el sol, esta energía impacta en los diversos componentes de las hojas y sale reflejada en varias de estas ‘zonas’.
“Los cambios en los pigmentos -los colores de las hojas- se ven entre 400 y 700 nanómetros. Un nanómetro (nm) es una unidad que permite medir cosas muy pequeñas, ya que equivale a la millonésima parte de un milímetro. Las alteraciones en la estructura celular aparecen entre los 700 y los 1000 nm. Las variaciones en el contenido de agua, entre los 1000 y los 2500 nm”, indicó Cordon, coautora del trabajo con Ana María Romero, docente de Fitopatología (Fauba), Carolina Andrade y Lucía Barbara, quienes aportaron desde sus tesis para la Licenciatura en Ciencias Ambientales de la misma Facultad.
Para el ensayo, utilizaron un sensor que mide longitudes de onda entre 400 y 2500 nm, e identificaron los daños que produce la bacteria. “Obtuvimos una gran cantidad de información que luego combinamos y sintetizamos en índices espectrales”, afirmó Gabriela. “Finalmente, encontramos tres índices que nos permiten detectar la presencia de la bacteria de forma anticipada. Los cambios en los índices revelaron que el patógeno impide que la planta tome agua y también que destruye las células de las hojas”.
Las puertas del cielo
El método que usaron las investigadoras se basa en equipos muy sensibles a los cambios en la reflectancia y que abren muchas posibilidades para detectar enfermedades. “Si los índices empiezan a bajar, el patógeno puede estar presente. Si bien nuestro sensor es caro porque cubre un gran rango de energía, ahora que conocemos los índices específicos que se necesitan para detectar a la bacteria vemos que se podría utilizar un dispositivo menos sofisticado. Así se volvería una estrategia más accesible para monitorear las plantas en el día a día”.
Además, estos sensores brindan respuestas rápidas y sin necesidad de destruir la planta. “Esta metodología se podría usar para anticipar otras enfermedades en tomate y quizás hasta en otros cultivos. Si las plantas están a campo abierto, quizás se podría obtener la información desde un satélite”, cerró Cordon.
Por: Sebastián M. Tamashiro, SLT-Fauba