El INTA relevó las experiencias de conservación en la Patagonia para mejorar la calidad y la productividad agropecuaria.
Los pequeños productores conservan gran parte del patrimonio genético de la humanidad y hoy son actores protagónicos en el esfuerzo por lograr un futuro sin hambre y cambio hacia sistemas agrícolas sostenibles. Según la FAO, en América Latina el 80 % de las explotaciones pertenecen a la agricultura familiar, convirtiéndose en la principal fuente de empleo agrícola y rural. Este sector es un eslabón clave para la conservación de recursos genéticos que mejoran la productividad y calidad de la producción. Por esto, un equipo de especialistas del INTA realizó un relevamiento sobre la conservación de recursos genéticos locales.
Raquel Alicia Defacio –investigadora y referente del Banco de Germoplasma del INTA– explicó: “Los recursos genéticos para la alimentación y la agricultura son la materia prima de la que el mundo depende para mejorar la productividad y calidad de la producción agropecuaria. Es por ello por lo que constituyen un aspecto central de la seguridad alimentaria, la nutrición y la adaptación al cambio climático. Conservar y utilizar la biodiversidad, significa garantizar opciones para responder a las demandas del futuro”.
La agricultura familiar no sólo produce la mayor parte de los alimentos para el consumo interno de los países de la región, sino que habitualmente desarrollan actividades agropecuarias diversificadas que les otorgan un papel fundamental a la hora de garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y la conservación de la biodiversidad.
Las variedades locales, seleccionadas y conservadas por las familias productoras del país, tienen la ventaja de su adaptación al ambiente, favorecen la restauración del suelo, tienen resistencia a ciertas plagas y enfermedades, así como características de sabor y aroma para la elaboración de comidas tradicionales.
“Frente a la pérdida de recursos genéticos, la Argentina inició a mediados del siglo pasado la conservación mediante bancos de germoplasma”, aclaró Defacio y explicó que, en la actualidad, el INTA cuenta con una Red de Recursos Genéticos (RedGen) que abarca tanto Fitogenéticos, Zoogenéticos y Microbiológicos, a lo largo de todo el país y vincula a todas las actividades productivas de agricultura, ganadería y agroindustria.
Y agregó: “La misión de estos bancos es garantizar la gestión y conservación de los recursos genéticos ‘ex situ’, es decir fuera de su hábitat natural, a fin de preservar, valorizar y disponer de los mismos para la agricultura y la alimentación”.
En diciembre de 2017, el INTA junto con la Dirección de Asuntos Ambientales del Ministerio de Relaciones exteriores y Culto, el Inase y la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca elaboró un proyecto -que fue financiado por la FAO- para establecer un sistema multilateral que facilitará el acceso con fines de utilización y conservación para la investigación, el mejoramiento y la capacitación y administra la distribución de beneficios derivados del uso de los Recursos Fitogenéticos para la Agricultura y la Alimentación que se aplica a 64 cultivos.
El objetivo general es el de ayudar a los agricultores a mejorar la resiliencia de los cultivos frente al cambio climático y mejorar su situación de seguridad alimentaria, contribuyendo así a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en particular a los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Defacio explicó que “en este caso, el proyecto se orienta a los cultivos de maíz, papa y poroto, para la conservación y uso sostenible de los recursos fitogenéticos locales que contribuyen a la seguridad alimentaria de los pequeños agricultores en la Argentina”.
Relevamiento en la Región Patagónica
Con el acompañamiento del INTA se realizó un relevamiento sobre experiencias actuales de conservación y uso de recursos genéticos alimentarios por parte de las comunidades de la región patagónica a través de las Plataformas de Innovación Territorial (PIT). Estos son espacios de participación de instituciones y organizaciones locales en el territorio, en dónde se coordinan y articulan acciones de desarrollo entre los diferentes niveles de gestión (nacionales, provinciales y municipales).
Marcelo Pérez Centeno –investigador del Instituto de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Agricultura Familiar de la Región Patagonia– señaló que “en la Patagonia argentina la agricultura familiar representa el 57 % de los productores agrícolas que disponen del 13 % de la superficie cultivada. Ellos participan principalmente en la producción frutícola (50 %), hortícola (77 %) y forrajera (57 %). En la actividad ganadera, el 82 % de las unidades de producción son familiares, con el 21 % de las existencias ovinas, el 33 % de las bovinas y el 91 % de las caprinas”.
En la región se producen más de cien especies por comunidad, en su mayoría exóticas, si bien se cultivan o utilizan diferentes especies autóctonas, tanto comestibles como medicinales. La agricultura familiar aporta de esta manera a la adaptación al cambio climático a través de sus conocimientos para manejar los riesgos, conservando la agrobiodiversidad “in situ”, es decir en el lugar donde se desarrolla, así como las técnicas de bajo consumo de insumos que aportan a la mitigación de los gases de efecto invernadero.
En el relevamiento se refirieron a 14 especies vinculadas a procesos de conservación (3 de ellas autóctonas), 2 de origen animal, 11 de origen vegetal y a un microorganismo. Se destacan el maíz, tomate, poroto y con menor frecuencia zapallo, papa y quinua.
Pérez Centeno indicó que: “Un 56 % de las comunidades sistematizaron la información, en general vinculada a la caracterización agronómica del recurso (fenología, productividad, fechas de siembra, duración del ciclo) en algunos casos aplicando descriptores técnicos y otros específicos definidos con las comunidades”.
El relevamiento permitió conocer las experiencias existentes de producción y conservación de recursos genéticos locales vinculados a la alimentación, que cuentan con algún nivel de participación y/o acompañamiento institucional del INTA. La mayor parte de estos recursos se encuentran concentrados en Neuquén y Río Negro.
“La vinculación de las actividades de producción y conservación de los recursos locales en los campos de productores, con los Bancos de Germoplasma es un desafío pendiente para el sostenimiento de la biodiversidad, ya que de esta manera se articulan los procesos de selección considerando los aspectos culturales, sociales, económicos de quienes lo conservan con la capacidad de resguardo que ofrecen los Bancos”, afirmó Pérez Centeno.
El relevamiento señala el camino que aún resta recorrer, tanto en el trabajo con las comunidades locales, en la investigación agronómica, social, cultural articulado entre las comunidades locales, las instituciones presentes en el territorio y los bancos de germoplasma, concluyó el investigador del IPAF Patagonia, y agregó: “Es fundamental que las instituciones y los proyectos sistematicen su experiencia para generar recomendaciones de políticas públicas. Ello permitirá socializar la información, orientar y guiar a otros en la marcha o en futuras intervenciones”.
Fuente: INTA Informa