Productores familiares del Valle Calchaquí iniciaron un trabajo asociativo en transición hacia la producción agroecológica.
La localidad de Palermo Oeste se ubica en el departamento de Cachi, en Salta, a 140 kilómetros de la capital. Allí Hugo Lera tiene una hectárea en producción dedicada a verduras y frutas, principalmente tomates de 13 variedades distintas. “Hace 3 años que hago agroecología con el apoyo de la ingeniera Magdalena Guerra”, explica Hugo. “Antes venía haciendo producción convencional con agroquímicos, pero me decidí por lo agroecológico porque quería producir de forma sana y natural, sin químicos ni nada que dañe la salud; además produciendo así se ahorra mucho en insumos y eso hace la diferencia”, agrega.
Ahora Hugo tiene 45 años, pero su historia vinculada a la producción (aunque con algunas interrupciones) arranca de chico: vivía en el campo y sus padres eran productores de vacas, cabras y ovejas, pero a los 14 años se fue a trabajar a Salta Capital y luego pasó por otras provincias hasta llegar, al fin, a Buenos Aires. Allí vivió 8 años, estaba totalmente adaptado y ni por asomo pensaba en volver al pago, hasta que algo ocurrió.
“En el 2000 tuve que volver a Salta a hacerme cargo de la finca familiar porque mi madre estaba sola y mis hermanos vivían en otro lado”, recuerda Hugo. “Al principio fue rarísimo porque yo ya estaba tan acostumbrado a vivir en Buenos Aires que cuando mi madre iba a visitarme yo le decía que nunca iba a regresar, así que cuando volví tuve que empezar de cero porque hasta al calor me tuve que habituar, pero arranqué y me empezaron a volver todos los conocimientos que tenía del campo”, relata.
A poco de haber retornado a su pueblo, Hugo retomó las actividades productivas tal y como siempre se habían hecho en su familia. Al cabo de un tiempo empezó a escuchar sobre “agroecología” y cómo producir “sin químicos”. La idea le interesó tanto que en 2017 creó la asociación de Productores Familiares de San Cayetano, una agrupación que comenzó haciendo agricultura convencional, pero que al año comenzó la transición hacia la producción agroecológica.
En el camino Hugo conoció a la ingeniera Magdalena, quien capacitó al grupo de productores en la elaboración de bioinsumos, tales como repelentes con plantas aromáticas y biofertilizantes elaborados con distintos elementos, como el mantillo de plantas, guano, cáscara de huevo molido, cola de caballo y piedras -entre otras cosas-, ya que son 16 componentes en total. Este preparado se deja reposar tres meses y luego se aplica a las plantas.
“La historia de Hugo es totalmente representativa de algo que creemos muy importante y que tiene que ver con que es posible y necesario pensar una nueva ruralidad”, explica Miguel Ángel Gómez, subsecretario de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena de la Secretaría de Ganadería Agricultura y Pesca de la Nación. “Es la historia de tantas personas que luego de vivir en la ciudad regresan a su tierra y recuperan su conocimiento ancestral de producción, y en este caso se suman dos factores clave: que se animó a poner en práctica un nuevo paradigma productivo como es la agroecología y que forma parte de una organización, lo que implica la certeza de que la salida es colectiva y no individual”, dice.
Por su lado, Luiz Carlos Beduschi, oficial principal de Políticas en Desarrollo Territorial para la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) destaca el rol clave de los agricultores familiares para mantener el funcionamiento de los sistemas agroalimentarios durante la pandemia. “En el escenario de recuperación post pandemia, la agricultura familiar está cumpliendo -y cumplirá- un rol muy importante en la reconfiguración de los territorios rurales, especialmente impulsando sistemas agroalimentarios más innovadores, eficientes, resilientes y sostenibles”, expresa el especialista, al tiempo que agrega: “Desde la FAO, tenemos la convicción que la agricultura familiar requiere fortalecer su presencia en la agenda nacional y en la implementación de las políticas públicas, con presupuesto y acciones concretas, que trascienda lo declarativo. Por eso, es importante fortalecer las instancias de diálogo político en los niveles subregionales y regional, promoviendo el encuentro entre los actores del sector público, privado y de la sociedad civil”.
Se vienen sumando
El primer año en la asociación de Productores Familiares de San Cayetano eran solo 7 productores, pero al siguiente ya eran 15 y ahora son más de 20 las personas involucradas, cada una en su lote haciendo agroecología. “Se fueron sumando porque nos vieron trabajar, comprobaron cómo salía el producto, incluso vinieron a comprarnos y se sorprendieron”, cuenta Hugo. “En Cachi ya me compran por ser agroecológicos, especialmente los restaurantes dedicados al turismo. Todavía hay quienes no lo entienden y se resisten porque les da miedo que no funcione, o como ya están acostumbrados a usar agroquímicos hay desconfianza”, describe.
“Hace unos 3 años que llegamos la localidad de Palermo para acompañar unidades productivas que se estaban iniciando con la visión de trabajo integral y por comunidad, entendiendo que las problemáticas son transversales a todas las personas”, resume Magdalena Guerra, perteneciente a la asociación civil Red Valles de Altura, conformada por técnicos de distintas disciplinas. “La idea era trabajar desde la agroecología partiendo de la base de que no hay recetas, sino que las acciones dependen de los recursos de cada territorio, y se generaron instancias muy interesantes porque en la comunidad existen prácticas campesinas como policultivos, rotaciones y ganadería, que aportan muchísimos servicios al sistema agrícola”, comenta.
Guerra destaca la importancia de que las familias se animaron a probar esta manera de producir y que en el camino se generaron instancias de formación y construcción de conocimiento, todo lo cual implica un proceso que demanda tiempo y energía.
“La agroecología, al volver a las prácticas de base, incluye a todas las personas: hombres, mujeres, jóvenes y mayores”, asegura Guerra. “A la vez, al poner en valor el rol de las mujeres en el ámbito del campo abre más el espacio para el crecimiento y la integración, por eso es una herramienta necesaria para el desarrollo rural de las comunidades, algo que no puede ocurrir sin acceso al agua, a la tierra y o al conocimiento de forma colectiva”, dice.
“Cada vez hay más interés por la producción de alimentos de calidad y por sistemas productivos que cuidan el ambiente”, remarca Eduardo Cerdá, director nacional de Agroecología. “A esto se le suma la dolarización de los insumos que exige la producción convencional, y este fue uno de los factores que hizo que en los últimos 20 años se perdieran más de 100.000 productores, por lo cual esta realidad hace que las cosas vayan cambiando”, agrega.
Creer para ver
“Se me ocurrió especializarme en tomate porque se dan muy bien aquí; me fueron dando semillas y hasta fuimos con el INTA a La Consulta, en Mendoza, para buscar semillas y ver formas de producción”, dice Hugo, quien ha construido un invernadero para proteger del frío a sus 13 variedades de tomate que son amarillo, perita, cubano, negro, redondo, cherry negro y rojo, mexicano dulce, platense y pera, entre otros. A la vez, remarca que la diferencia entre el modo de producción convencional del agroecológico es que hay más trabajo en el campo, hay que estar todos los días y a eso se le suma que a muchos les cuesta sumarse a la agroecología porque tienen miedo de perder la producción.
“Como los pequeños productores no tenemos respaldo, cada vez que hacemos algo nos jugamos todo, por eso primero hay que creer para que resulte”, reflexiona, y agrega: “A pesar de esto, cada vez se suma más gente y las cosas las hacemos entre todos; y como también somos vecinos es muy importante ponerse de acuerdo porque lo que hace uno afecta al otro, por ejemplo con el agua: hacemos riego por acequia, por canal, y cuando en verano hay poca agua, la usamos con mucho cuidado y nos vamos turnando”.
Actualmente Hugo vende su producción en escuelas y en la localidad de Cachi, en lugares para turismo y en un minimercado. Cuenta que, con la asociación de Productores Familiares de San Cayetano y con asesoramiento del INTA Seclantás, instalaron una biofábrica (compraron tachos de PVC de 200 litros con abrazadera y tapa a presión, media sombra, azufres y levaduras y leche) para elaborar sus bioinsumos, y que están trabajando con el fin de tener una marca, etiqueta o algún tipo de diferenciación para sus productos agroecológicos.
Estas iniciativas de productores con apoyo de múltiples actores revalorizan los conocimientos de otras formas de producir de manera amigable con el ambiente como es la agroecología, promueven la economía circular, abren espacios de mercados, fortalecen el vínculo entre los productores para compartir experiencias exitosas y asociarse, acercan a los productores al asesoramiento por parte de profesionales técnicos que entienden de la temática y fomentan el arraigo rural. Estas aristas de la producción son las que FAO busca trabajar y apoyar para empoderar a la agricultura familiar en las economías regionales en el país.
“Cuando hago un balance de estos 20 años, estoy satisfecho. El año pasado fui a Buenos Aires, donde vive mi hijo y me di cuenta de que no extraño para nada la ciudad, sino todo lo contrario: me gusta la tranquilidad, el aire de mi pueblo, las noches del desierto”, describe Hugo. “Tengo ovejas y cabras que pastorean en los cerros y, en verano, me quedo a dormir en un puesto allá arriba, respirando aire puro y mirando las estrellas. Este es mi lugar”, comenta.
Especial de FAO para El Tribuno Campo
Fuente: El Tribuno Campo